Disección del mundillo intelectual


"No son los filósofos, sino los que se dan a la marquetería y los coleccionistas de sellos, quienes constituyen la espina dorsal de la sociedad" escribió Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932). A los marqueteros y coleccionistas de sellos bien podría haber sumado los ingenieros genéticos ─profesión que es el primero en concebir, adelantándose así en más de medio siglo al desarrollo tecnológico─ y todos aquellos que realizan tareas consideradas como necesarias para el funcionamiento productivo de la sociedad.

Ya unos años atrás le había hecho decir al pintor y escritor Mark Rampion, uno de los personajes de Contrapunto (1928): "Es preciso persuadir a todo el mundo de que toda esta gran civilización industrial no es más que un mal olor, y que la verdadera vida, que significa algo, sólo puede vivirse fuera de ella". De una a otra novela, y a lo largo de toda la extensa y multifacética obra de Aldous Huxley (1894-1963), el tema del hombre inmerso en la sociedad tecnocrática se manifiesta como su preocupación central. En ese sentido, su obra novelística fue definida por él mismo como "novela de ideas", lo cual implica una narración signada por los conflictos ideológicos.

Ese es el caso de Contrapunto, la novela que buena parte de la crítica ha considerado como su obra cumbre. A pesar de lo vetustas que hoy pueden parecer ciertas ideas desarrolladas en ella, 70 años después de su publicación los conflictos y la atmósfera general del libro conservan una gran vigencia. Ubicada en la etapa inicial de su producción, la novela mantiene aún cierta influencia del naturalismo vitalista de D. H. Lawrence. Sin embargo, el universo de personajes a partir de los cuales se construye la narración lleva a pensar en la novela rusa de fines del siglo XIX, y especialmente en el Tolstoi de Guerra y Paz, otro de los escritores que marcaron el trabajo inicial de Huxley. Como en esa obra, el autor estructura el relato en torno a las historias, el punto de vista y los discursos de varios personajes, suerte de narración dialógica donde la multiplicidad de caracteres conforma un panorama de la élite intelectual londinense de posguerra.

Allí está, entre otros, el viejo Bidlake, pintor de la clase alta cuya vitalidad pantagruélica supo conocer mejores tiempos. Su hijo Walter es un joven escritor y periodista, desgarrado entre el espiritualismo lírico y la pulsión erótica que lo lleva a engañar a su mujer. El oscuro Spandrell es uno de los personajes más carismáticos de la novela, detrás de cuya perversa inteligencia y amoralidad asoma el nihilismo místico que lo empuja de manera consecuente hacia un destino trágico. Philip Quarles es el escritor de inteligencia enciclopédica cuyo excesivo intelectualismo se extiende como una dura caparazón entre su mente y el mundo emocional. Su esposa Elinor, hija del viejo Bidlake, frustrada por la personalidad flemática y la inteligencia racional de su marido, se vuelve cada vez más receptiva a los intentos de seducción de Everard Webley. Este último es el brillante líder de los Ingleses Libres, una organización aristocrática y fascistoide con estructura militar que propone el desmantelamiento de la democracia y el gobierno de los elegidos. Webley es profundamente odiado por el débil Illidge, miembro del Partido Comunista y hombre de origen proletario cuyo odio por las clases altas está unido a una íntima frustración. Burlap es el prestigioso intelectual mediocre, ambicioso director de El Mundo Literario y cultor de un afectado y cínico ascetismo. El personaje más cercano al propio autor es sin duda el artista Mark Rampion, una personalidad sin dobleces que es portadora de sus ideas críticas acerca del desarrollo tecnológico y social en el siglo XX.

Estos y otros personajes aparecen y desaparecen de la novela como los brotes de una planta que a su vez sustentan su estructura. Casi todos ellos, aun los personajes secundarios, están diseñados con un perfil tan humanamente complejo como definido, siendo particularmente destacable la verosimilitud con que son presentados los procesos mentales de Burlap, Walter Bidlake y Spandrell. El autor flaquea, sin embargo, con Rampion, el único que no presenta un solo flanco débil y quien puede ser señalado, significativamente, como su alter ego.

Más que el trenzado de una historia coherente, es este rico contrapunto de personajes ─con sus ideales, sus debilidades y miserias— el que le da sentido a la novela. A través de ellos Huxley realiza una verdadera disección de la fauna intelectual del Londres de entreguerras, satirizando con inteligente crudeza tanto el ascetismo como el sensualismo de la época, al mismo tiempo que sostiene, a través de la figura de Rampion, su defensa del "hombre vital". Esta idea, alimentada por su escepticismo acerca de la cultura occidental, combate una concepción intelectualizada de la vida y promueve el acercamiento a los impulsos vitales más elementales del hombre. Ella es también el origen de una búsqueda que lo llevaría, hacia el final de los años 30, a sentirse identificado con ciertas culturas orientales y a ser fuertemente atraído por el taoísmo de Lao-Tse.


© Sergio Altesor Licandro


CONTRAPUNTO, de Aldous Huxley, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999, 553 pgs.