Reseñas "Taxi"

El fuego en el agua

La Diaria, 29 de noviembre de 2018

Francisco Álvez Francese

El artista Pedro Fontana vuelve a Estocolmo después de 15 años de ausencia para iniciar un extraño proyecto de arte conceptual. De retorno en la ciudad en la que se había debido exiliar tras ser liberado de la cárcel durante la dictadura uruguaya, comienza a ponerse en contacto con los amigos de aquellos años, a la vez que conoce nuevas personas y busca, sin éxito, a otras. Así se mueve Taxi, la nueva novela del periodista, poeta, artista plástico y narrador Sergio Altesor: como un cuadro de August Strindberg en donde la ciudad nocturna parece un empaste de pigmentos, entre personajes fantasmales y los paisajes helados del extremo norte.


Quebrada por los viajes, recorre las peripecias del también protagonista de Río Escondido, primera novela de Altesor, ganadora del premio Posdata en 2000 y publicada ese año por Fin de Siglo. Pero si aquella incursión anterior en el género imitaba la estructura fluida y fluvial de su nombre (toda la obra se organiza en un único párrafo), en Taxi el proceso mimético es con el medio de transporte que la nombra. Con forma de diario, pautada por algunos de los días que van del 28 de octubre al 31 de diciembre de un año más o menos incierto (aunque reciente), la novela se diagrama en una serie de viajes que, en presente, traen a la memoria fragmentos que son, a la vez, sobreimpresiones.


En este sentido, los recuerdos, los paisajes y las personas de esos recuerdos se superponen a la realidad actual sin solución de continuidad, en una presencia virtual y omnipresente de la historia, pero no de la historia nostálgica ni de su idealización (ni para bien, ni para mal), sino de una historia conflictiva que se vuelve a vivir y niega, en un punto, la linealidad del tiempo. Los amores y los amigos del pasado, algunos ya presentes en la novela del 2000, y los del presente; los años de cárcel, los de estudio, los de guerrilla; todo contado en una primera persona que invita a jugar con la idea de autoficción (es sabido que el autor estuvo, de hecho, preso, que se exilió en Suecia, que estudió grabado, etcétera), se desarrollan, entonces, no con la linealidad que uno podría sospechar a partir de la disposición en entradas de diario, sino como en una superficie única, más cercana al collage o al plano sobre plano de algún cine experimental.


De este modo, Altesor alterna palabras e imágenes, como en otros trabajos (su último libro de poemas, El sur y el norte, editado por Yaugurú en 2012 con ilustraciones de Domingo Ferreira, es un ejemplo) y construye de ese modo un presente amplio (por utilizar el término de Hans Ulrich Gumbrecht) donde caben a la vez la fotografía (al modo de Nadja -1928-, la señera novela de André Breton), la transcripción literal de oralidad en forma de guion y la enumeración de acciones en una prosa salpicada, por un lado, de momentos de lirismo austero y eficaz, y, por otro, de un humor cínico y autoconsciente. Pero no sólo los tiempos se superponen, sino también los espacios. Así, con frases descriptivas muy simples como “Lentos copos de nieve, leves como las pelusas de los plátanos”, se anulan las distancias y Estocolmo se transforma por un instante en Montevideo, ciudad siempre al acecho y a la vez ausente, que es a la vez paraíso perdido y, en el recuerdo, también encarnación del infierno en la Tierra.


En esta dualidad, que es a la vez temática y de estilo, Altesor logra un trabajo delicado con una prosa precisa y connotativa, que -por medio de referencias y de la reflexión pura- es también un ensayo sobre el arte, sobre su lugar en la sociedad contemporánea y sus modos, e incluye, por ejemplo, profundos análisis de un aguafuerte de Rembrandt o comentarios sobre el género documental, que espesan las posibilidades de lectura. Porque, después de todo, la novela misma no es otra cosa que un proyecto artístico del que somos parte y al que se nos expone sin pedirnos consentimiento; un proyecto que, en una fingida arbitrariedad, corta un trozo de vida sin aparentes motivos, para desgranar ante nosotros una conciencia de forma torrencial pero siempre acompasada, con una depuración léxica que de algún modo recuerda, en nuestro entorno, a novelas como Se hizo de noche, de Roberto Appratto (2007).


Y es que, justamente, Taxi no se conforma con contar una historia, sino que a su vez reflexiona sobre la capacidad de la literatura para referir al mundo, e incorpora incluso un esbozo de “ficción dentro de la ficción” por medio de la novela de Alex, amigo íntimo (y figura del doble) de Fontana. Porque al final, más allá de lo anecdótico, la tensión es, en todo momento, entre un mundo (que, a falta de nombre mejor, llamaremos realidad) y las posibilidades de su representación; entre (por tomar la imagen que cierra la novela) el fuego y su reflejo en el agua.

El extranjero


Gabriel Peveroni, Caras y Caretas, 10/6/2016

Sergio Altesor hizo y rehizo su vida varias veces. Vivió una lejana infancia y adolescencia en Montevideo, luego vinieron varios años de cárcel durante la dictadura, la deportación a Estocolmo, un breve pasaje por la selva nicaragüense, nuevamente Estocolmo, un regreso a Montevideo a fines de los años noventa, un nuevo exilio en Malmö, hacia el año 2001, y una vuelta posiblemente definitiva a Uruguay para afincarse en la Ciudad de la Costa. Ha publicado varios libros de poesía, el último de ellos en 2012 con el significativo título El sur y el norte, ganador del Premio Nacional de Literatura que otorga el MEC, y desarrolló una intensa carrera como artista visual, sobre todo en los años ochenta en Estocolmo. Escribe, además, narrativa. Taxi es su segunda novela, publicada dieciséis años después que la primera, Río Escondido.

Taxi es una novela protagonizada por un hombre que hizo y rehízo su vida varias veces, un sudamericano llamado Pedro Fontana que vuelve a Estocolmo con el propósito de manejar un taxi una pequeña temporada, durante los meses de invierno, y así ajustar cuentas con su memoria personal a través de recorridos que van enlazando momentos de ficción, de autobiografía y una sugerente capa documental en la que se registran algunos de los viajes que el propio Sergio Altesor realizó, en Estocolmo, en una pequeña temporada que trabajó de taxista para recopilar material para una novela a la que llamaría Taxi.

La novela se encadena en la forma de un diario personal, entre el 28 de noviembre y el 31 de diciembre del mismo año. Es un juego perfecto, tanto para el escritor como para el lector. Una estructura simple que permite al lector deslizarse con extrema comodidad, con la curiosidad de quien espía un diario de viaje, confesional, en el que se alternan relatos autónomos de una gran densidad narrativa y emocional: historias de amor y desamor, la pesada carga del exilio político y las marcas de la cárcel, contrapuntos entre distintos tiempos de las sucesivas 'patrias' o territorios emocionales que habita.

Pero, y lo más significativo, es que Taxi aparece como una construcción literaria ideal para que Altesor desarrolle un homenaje a Estocolmo, la ciudad que lo recibió en el año 1976 como refugiado político. Lo hace en la figura de un taxista veterano, conocedor de una ciudad diferente a la que conoció y vivió entre los años setenta y noventa. Porque muchas cosas han cambiado. Y no solamente en asuntos relativos al paisaje urbano, también en la evidencia de una fuerte crítica a una sociedad que abandonó hace rato la utopía del socialismo democrático por un neoliberalismo feroz.

El taxista conserva la mirada del otro, del que ya no tiene una patria a la que volver, lo que le permite observar y ser minucioso en detalles que suelen pasar desapercibidos y que un conductor atento es capaz de notar en cada uno de sus viajes. Esa mirada, en definitiva la de Sergio Altesor a través del protagonista Pedro Fontana, es el gran punto fuerte de la novela. Es el extranjero que mira, que escucha, que experimenta el presente con la circunstancia de no ser parte, punto de vista que engarza con precisión con el tono paralelo del exiliado, el que vive varias vidas y es capaz de yuxtaponerlas en los recorridos de un taxi, a los que se suman los menos azarosos recorridos por la memoria. En el relato se encadenan numerosos personajes, entre ellos algunos colegas, como el veterano que le detalla con una buena dosis de resignación la traición de dirigentes políticos y sindicales de la vieja izquierda sueca. Se suman numerosos clientes, sobre todo los que no pasan desapercibidos por sus buenas o malas maneras, o bien por monólogos neuróticos o derivaciones del viaje que resultan muy atractivas para el relato.

El gran personaje de Taxi es -y de ello no hay duda- Estocolmo, extendida como una selva urbana que reordena el caos de la memoria y que de alguna manera se encadena con la selva de Río Escondido, la primera novela de Altesor, aunque aquella se le haya vuelto inapresable al personaje Fontana, a la hora de pretender describirla en imágenes o palabras: "En la selva (...) no existía ningún horizonte, ningún frente ni fondo, ninguna perspectiva, nada. Sólo caos y movimiento. Pero decir que en ella no había estructura y definirla como un caos era sin duda demasiado simple y era todavía parte de la esclavitud que Fontana tenía hacia la lógica. Porque a pesar de todo se podía adivinar allí la existencia de un orden, si bien se trataba de un orden irracional y nuevo; o mejor dicho, de un orden muy viejo que contenía la dinámica y la fuerza de un tiempo anterior al hombre y a su sentido del orden".

Por todo ello es muy interesante el recurso del diario y muy especialmente la inclusión de una cámara dentro del taxi que registra las conversaciones, herramienta que Altesor trae -sin mayores explicaciones- de la práctica, o bien de su imaginario, como artista visual. Este plano documental le agrega otra capa a la novela, que más allá de servirle al narrador para encontrar un orden en un presente que se le escabulle entre viaje y viaje, se complementa con la inclusión de una serie de fotografías que el autor decide publicar en algunos pasajes de la novela. Las fotografías de Estocolmo, de lugares por los que la novela transita, le permiten al lector diluir aún más la frontera entre ficción y autobiografía, llevando el registro a un borde de agradable complicidad con lo que se está leyendo y amortigua la sensación de fragmentos dispersos propia de un diario.

Sergio Altesor integra un posible grupo de uruguayos que vivieron el exilio político en Suecia y desarrollan una intensa carrera en el mundo de las letras. Roberto Mascaró, Hebert Abimorad y el propio Altesor, se mueven sobre todo en el campo de la poesía. Pero hay una particularidad en la más reciente narrativa de Carlos Liscano y en la de Fernando Butazzoni, otros dos "uruguayos-suecos", que se imbrica con esta poderosa novela Taxi, de Altesor, y tiene que ver con el carácter fuertemente autobiográfico y con la necesidad de escribir sobre la memoria personal y emocional de sus respectivas peripecias como presos políticos y luego exiliados. En el caso de Altesor, como ya lo hiciera en Río Escondido, desde una escritura más aluvional y abigarrada que la transparencia y sobriedad que maneja en Taxi, se distingue una mirada exenta de los extrañamientos del exiliado, lo que lleva a definirlo como un relator más cercano a la sentencia del teólogo Hugo de San Víctor sobre la condición del viajero: "El hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno principiante; aquel para quien cada suelo es como el suyo propio ya es fuerte; pero solo alcanza la plenitud aquel para quien el mundo entero es como un país extranjero".

En busca del paraíso perdido

Taxi, de Sergio Altesor, es una novela cáustica que en forma de diario personal narra el regreso a Suecia de un expreso político.


Andrés Ricciardulli, El Observador, 28/5/2016

Ser inmigrante es, en cierta medida, como volver a ser niño otra vez: hay que aprenderlo todo de nuevo. Hay quienes aceptan de buen grado esa metamorfosis –esa segunda oportunidad– y hay quien no. Estos últimos sufren más que nadie, con un pie en su nuevo hogar y el otro en el país de origen, viven una especie de doble vida perpetua.

Claro que adaptarse nunca es una tarea fácil como lo reflejan miles de testimonios. En el caso de los uruguayos que debieron abandonar el país en la década del 1970 por razones políticas, el trasplante fue muy doloroso. No solo por ser una medida tomada a la fuerza y no por voluntad propia, sino también por todos los que quedaban atrás, a veces en la misma situación precaria del que lograba salir del país.

Sergio Altesor fue uno de los tantos uruguayos que debió partir con lo puesto hacia Suecia, tras cumplir varios años de cárcel. Taxi es una novela que no recoge ese período concreto de su vida (aunque lo recuerde en varias oportunidades) sino que narra el regreso al país escandinavo quince años después de que el autor abandonara el país de acogida.

Pedro Fontana, protagonista de la novela y alter ego del autor, vuelve a Estocolmo para descubrir que también allí, ya nada es lo mismo. Su trabajo de taxista le permite observar los cambios arquitectónicos de la ciudad, pero más importante aún, le permite apreciar la paulatina degradación de una sociedad que supo ser modélica.

Esta pérdida de valores queda de manifiesto en cada uno de los pasajeros que suben al taxi de Fontana, que ha instalado un par de cámaras ocultas para hacer un futuro trabajo artístico. Quienes en público se manejan con suma corrección, mutan en cuanto ingresan al vehículo y se sienten amparados por la privacidad del habitáculo.

Está el caballero impoluto, rubio y amable, que ante el menor contratiempo en el tráfico pierde la compostura y se revela como un racista fanático al que Fontana abandona en un puente para no pasar a las manos. Está la chica hermosa de veinte años que, alcoholizada, se ofrece como si fuera una prostituta. Está el matrimonio acaudalado que detrás del glamour esconde una gran frustración sentimental y un odio macerado en nobles cascos de roble.

A partir de esas escenas puntuales y la rutina diaria del trabajo, Altesor muestra cómo la modernidad y sus mil frivolidades han arruinado lo que otrora fuera catalogado de paraíso. Los inmigrantes de los distintos países, que antes eran vistos como seres humanos desvalidos a los que había que ayudar como fuera, son ahora un estorbo, una maldición fruto de un error de cálculo, una variable no prevista. Un lastre.

Estas constataciones, claro está, no contribuyen en nada a mejorar el ánimo del protagonista, ya de por sí una persona compleja, retraída y solitaria, que huye en cuanto siente que los demás se le acercan demasiado.

Este carácter taciturno y meditabundo hace que el personaje no disfrute ni siquiera cuando consigue relacionarse ocasionalmente con alguna mujer. O mejor dicho, si lo pasa bien, pero inmediatamente escapa de cualquier compromiso sentimental. Está, en más de un sentido, tan congelado como las calles nevadas de la ciudad.

Tampoco con los dos o tres amigos que tiene logra el protagonista restablecer el vínculo que tuvo años atrás, lo que aumenta la sensación de situación sin salida que transmite toda la novela que, si bien no llega a angustiar al lector, sí produce un desasosiego que, una vez que se instala, es difícil de remontar.

Muy bien escrita, Taxi describe sin contemplaciones toda la soledad y las dudas del protagonista en un país que creía conocer y que ha cambiado radicalmente. Es una novela breve, cáustica y sincera, que solo requiere estar de muy buen ánimo para poder disfrutarla.

El revés del exilio

Mirar nuevamente lo mirado

Alicia Torres, Brecha, setiembre 2016


Hace dieciséis años reseñé, en estas páginas, la novela Río Escondido, de Sergio Altesor, ganadora del premio Posdata en el 2000. Sostuve, entonces, que en esa novela inaugural, como en los cinco libros de poesía que el autor llevaba publicados, se reafirmaba el referente biográfico que hacía posible el diálogo de acontecimientos reales –prisión política del autor, exilio en Suecia, viajes por distintas ciudades latinoamericanas y europeas, su actividad como artista plástico– con la más pura invención y un celoso trabajo con el lenguaje. Hoy puedo dedicar las mismas palabras a la novela Taxi, también protagonizada por Pedro Fontana, laxo álter ego del autor, que si ya no viaja por la selva nicaragüense de Río Escondido, ni busca insertarse en una pequeña comunidad en medio de las conmociones propias de la experiencia revolucionaria, sí vuelve a Estocolmo y desde allí reconstruye los lazos que lo unieron a varios personajes con los que compartió aquella primera trama.


Una diferencia considerable tiene que ver con las estrategias elegidas para diseñar las estructuras narrativas de las dos novelas. Las páginas de Río Escondido fluían sin puntos y aparte, capítulos o cualquier modalidad de pausa. Para escribir Taxi, Altesor tuvo en cuenta el uso ficcional del diario íntimo, donde la datación requiere del fragmento y la interrupción. La primera entrada corresponde al 28 de octubre y la última al 31 de diciembre, el año no se explicita pero los sucesos narrados persuaden como próximos. Altesor intercala imágenes fotográficas –como Sebald y otros escritores– que si bien no cumplen un cometido determinante en la narración, salpican el cuerpo de la escritura y actúan como pasajes visuales de lugares transitados por el protagonista. Cruzándose con descripciones de madurado detalle –rasgo característico de su estilo– las fotos en blanco y negro ilustran un trasfondo emocional capaz de expresar contenidos estéticos y existenciales.


En la novela conviven niveles de narración que anulan tiempo y distancias. Mirar hacia el pasado permite a Fontana continuar el relato de una historia nómade y circunstancial que gira en torno a experiencias de inestabilidad emocional y reencuentro con los orígenes. Deportado a Suecia durante la dictadura cívico-militar, permaneció allí quince años y siguió a Centroamérica, viajó a nuevos países, llegó a Montevideo y en el presente de la narración, quince años después de haber dejado Estocolmo, regresa y sus recuerdos no coinciden con lo que ve: “todo está igual pero todo ha cambiado”. La mirada de aquel hombre joven que debió reaprender a vivir en libertad en un país extraño, y la mirada actual del adulto ensimismado que parece no sentirse bien en lugar alguno, hablan de una subjetividad crispada y una pasión conmovedora. Para narrar la percepción, Fontana necesita el referente exterior, encontrar signos familiares del lugar en que vivió parte de su vida. Mientras describe, reflexiona, y la bella prosa poética del autor se impregna de melancolía.



Referir el mundo

Nacido en Montevideo en 1951, Altesor publicó tempranamente en las revistas Los huevos del Plata y El lagrimal trifurca. En Suecia, estudió en el University College of Arts, Crafts and Design, fue docente de dibujo experimental y grabado en la escuela de arte Konstskolan y mantuvo una intensa actividad como artista plástico. Al mismo tiempo, estudió en el Instituto de Lenguas Románicas de la Universidad de Estocolmo y publicó libros en español y en sueco. En Montevideo obtuvo importantes premios literarios.


Pedro Fontana es un artista plástico que estudió en la Academia de Estocolmo pero alude a su “pobre y fracasada vida de artista profesional”. El título de la novela se debe a que gran parte transcurre dentro del taxi en el que empieza a trabajar apenas vuelve a la ciudad. Ha instalado cámaras de video y un grabador para registrar clandestinamente a los pasajeros, pretextando un oscuro proyecto de arte conceptual que habilita reflexiones estéticas. En otro espacio, más clásico, analiza los grabados del Nationalmuseum y a Rembrandt.


En busca de material para su novela, Altesor trabajó un corto tiempo como taxista. Imposible no pensar en otro Taxi, el de Jafar Panahi, amalgama de documental y ficción donde el director iraní es el taxista que graba a los pasajeros mientras retrata a Teherán. El recurso rinde y hay más ejemplos. Todos buscan la singularidad que los distinga.


En la novela, cada desplazamiento genera una fábula autónoma que funciona en la cadena narrativa y pone a prueba la capacidad de la literatura para referir el mundo. ¿Qué busca, en realidad, Pedro Fontana?, ¿una experiencia artística?, ¿mostrar los nuevos tiempos de Suecia a través de sus pasajeros?, ¿recuperar piezas perdidas de su memoria? La clave parece estar en el encuentro consigo mismo, o por lo menos en su búsqueda.


En cada traslado vuelve a ver sitios que conoció y descubre otros: el paisaje de las islas, los atracaderos de barcos y barcazas de madera, antiguas casas color ocre, edificios funcionales, parques verdes que las primeras nevadas salpican de blanco. Todo está igual pero rediseñado para albergar a un nuevo tipo de ciudadano, narcisista y fiel al modelo neoliberal.


Las cámaras graban a clientes apurados o indiferentes, lascivos, drogadictos, alcohólicos, xenófobos, como cuando Fontana equivoca la ruta y es agredido, sin distinción, como inmigrante y ladrón. Hay discusiones fuertes, abandonos del coche, amenazas, corridas. Muy cinematográfico.


Ideas asociadas

Instalado el tópico del viaje y el subterfugio de la fuga, el texto reverbera y Fontana, siempre en movimiento, conduzca el taxi o camine, representa la figura del voyeur, que además es extranjero. En su diario, Estocolmo reordena el laberinto caótico de la memoria, no solo anota lo que hace durante el día, sino cada uno de sus pensamientos, que pueden transportarlo a su adolescencia o a los orígenes del mundo escandinavo, a los trabajos del exilio, las mujeres que amó, el libro que un amigo publicó y Taxi replica en juego ubicuo de cajas chinas. Rescata, también, las filas de taxistas serbios, bosnios y croatas indocumentados, la mentira piadosa capaz de sostener al hijo del traidor, el recuerdo improbable de la madre.


Unas imágenes llevan a otras, porque en la novela la asociación de ideas es recurrente, así evoca el viejo vagón en el que estuvo confinado. Su mirada es la de un preso que, además es pintor, y desde esa perspectiva representa la crueldad y el aislamiento. Reconoce, a la vez, que “en los intersticios de ese mundo extremo borboteaba el humor”. Cuando narra, con gran acierto, episodios humorísticos, el lector ríe y a la vez siente extrañeza, porque no está acostumbrado al humor en la literatura carcelaria uruguaya. Si bien Taxi no es una novela “de la cárcel”, porque el tema es uno más en el conjunto, los juegos de la imaginación de los presos constituyen un punto alto. El narrador indaga de dónde pudo sacar “aquellas ganas locas” de divertirse, y recuerda que con poco más de veinte años pensaba: “o la pasamos bien o nos morimos”. En su imaginación, los presos dramatizan salidas de sábado a la noche, “íbamos al boliche a jugar al truco, a un torneo de ajedrez, a un programa de preguntas y respuestas, o asistíamos a un recital”. Si, como se ha dicho, para el preso todo ocurre en la imaginación, allí estaría el origen de una sensibilidad del mundo basada en imágenes, recurso mental desarrollado en la cárcel que ayuda a Fontana a sobrellevar esos años y carga de significado su mirada.


Altesor pertenece a la llamada “generación de los suecos”, que integraron, entre otros, Ana Luisa Valdés, Roberto Mascaró, Carlos Liscano, María Gianelli y Leonardo Rossiello. Por momentos, Taxi asoma como un homenaje a Suecia. No solo por la belleza de los lugares que describe o la petit histoire que le dedica. Construye personajes intensos, como el desdichado hijo del traidor, o un sueco veterano y solidario que habla con pasión del fin de una época y de un país, del triunfo de la derecha en la batalla ideológica, y del sermón de la libre competencia que cooptó adherentes en la social democracia. Habla, también, de la imagen idealizada que muchos suecos tenían de los presos políticos.


Diario íntimo, filmación, audio, fotografía, intertexto, los materiales del proyecto artístico que deviene novela funcionan como huellas sobre las que ficcionalizar lo ausente y organizar, desde el arte, una nueva mirada.

En taxi a la libertad

En pos de concretar un sueño, el personaje Fontana viaja y sobrevive, buscando un encuentro consigo mismo que tiene mucho de la biografía del autor.

Alfredo Alzugarat, El País Cultural, 2/9/2016

LOS LIBROS de Sergio Altesor dialogan entre sí y alternan países y continentes. Lo que sucede con su poesía se repite en su prosa. Taxi, su flamante producción, se eslabona con Río Escondido, una novela-párrafo publicada en 2000 que dio origen al personaje Pedro Fontana, un artista plástico que viaja a la Nicaragua sandinista en pos de concretar un sueño. Ahora, quince años después, Fontana retorna a Estocolmo para sobrevivir como taxista. Una enigmática cicatriz en su rostro parece evidenciar el paso del tiempo y su duro aprendizaje de la vida. El diario que escribe, ilustrado por fotografías, da cuenta de su trabajo cotidiano y del microcosmos íntimo que de él surge. Desplazándose de un lugar a otro, registrando diálogos y gestos de los pasajeros a través de los dispositivos tecnológicos que instala en su vehículo, Fontana es consciente de que cada destino que le señalan, cada recorrido que se le impone, lo obliga a redescubrir un mundo que creía conocer y que lo lleva a evocar su pasado.

Las transformaciones sociales y políticas de Suecia en los últimos años — o lo que es lo mismo, la distancia que hay entre Olof Palme y los actuales gobiernos de derecha—, las vicisitudes de los nuevos migrantes que complejizan aún más el crisol de la población, la creciente xenofobia, el hiperdesarrollo y el hiperconsumo, constituyen fragmentos dispersos de una realidad que se intenta presentar en bruto y que emerge en el camino del narrador, interpelándolo. Es un espectáculo que se aborda a veces con fruición y casi siempre con dolor. Contrastan con ese devenir caleidoscópico la nostalgia por amistades perdidas como las de Axel y Renata, por el pasado de bohemia y amoríos que encontró en su exilio cuando pudo dedicarse de lleno a la creación artística, y los recuerdos de la cárcel por la que atravesó en su país de origen.

Son estos últimos los que más persisten en su memoria. Cuando se es prisionero todo ocurre en la imaginación y en el tiempo, porque en la cárcel el espacio es siempre el mismo, afirma el narrador. En libertad, por el contrario, espacio y tiempo confluyen e interactúan, uno incita al otro, como sucede en las andanzas de este taxi que atraviesa puentes y avenidas para orientarse en el archipiélago de la capital sueca. La clave de fondo de la narración es el encuentro consigo mismo, ineludible tarea de siempre, que adquiere su máximo relieve si uno se halla de nuevo en el sitio donde ha transcurrido la mayor parte de su existencia. Ese esfuerzo introspectivo es el acierto más significativo de esta obra y uno de los aspectos que mejor contribuye a la unidad de la producción literaria de Sergio Altesor. Como su protagonista, Altesor llegó a Estocolmo en 1976 luego de haber estado preso en Montevideo durante seis años. Desde 1995, cuando obtuvo importantes premios por su poemario Serpiente, su vida ha fluctuado entre Suecia y Uruguay.