La catarsis de la utopía
ABC Cultural, 10 de febrero de 2001
Javier Díaz-Guardiola
Probablemente, serán pocas las ocasiones en las que nos hayamos parado a reflexionar sobre el proceso cognoscitivo de la percepción humana. Nuestro cerebro, ante la avalancha de imágenes convertidas en impulsos nerviosos que le llegan en cuestión de segundos, viene a funcionar ─salvando las distancias─ como un cinematógrafo. Cada impulso-fotograma ocupa un espacio en el tiempo, sucede a uno anterior y precede al siguiente. Sin embargo, nuestro cerebro es capaz de entenderlos como un todo, como un conjunto de elementos no delimitados. Es más, aunque gire la cabeza unos cuantos grados, la persona que me acompaña será reconocida por nuestro intelecto como el mismo individuo que hace un momento nos contemplaba de frente, sin que sea preciso volver a registrar esas facciones, esas texturas.
Nuestra vida viene a participar de un juego similar. Nuestras vivencias, nuestras miserias, nuestros sufrimientos y nuestras sonrisas forman parte de la misma historia, y no podemos dejar de reconocernos a nosotros mismos en cada uno de estos instantes. Eso fue lo que le ocurrió a Pedro Fontana, el protagonista de Río Escondido, la primera novela del uruguayo Sergio Altesor (Montevideo, 1951). Fontana inicia un viaje de huida de sí mismo, una catarsis hacia un ser humano mejor, desligado de su pasado, que vislumbra como futuro la utopía de despojarse de lo peor del propio yo. Y en su huida topará el protagonista con sus recuerdos, con sus filias y sus fobias, con la crudeza de los sentimientos. Porque somos una suma de lo que somos, lo que fuimos y lo que deseamos ser, y ninguna parte puede renunciar al todo. Sólo al final del libro ─que comienza y termina con la contemplación de un mismo ideal femenino─ será consciente Fontana de su error.
Mucho de Altesor hay en Pedro Fontana ─porque tampoco el autor puede desasirse de sus personajes─. Ambos sufrieron o sufren las consecuencias de las dictaduras militares; los dos recalaron en algún momento en Estocolmo; el uruguayo cursó estudios en el University College of Art, Crafts and Design de la capital sueca, mientras su alter ego será, ante todo, un pintor. Fue en 1993 cuando Altesor decidió cerrar su estudio para dedicarse de lleno a la literatura. Entonces, diferentes poemarios se alternaron con el borrador de Río Escondido, novela que no culminó hasta finales de los noventa, una vez hubo regresado de nuevo a su ciudad natal.
Y, como en sus obras poéticas anteriores, la Naturaleza se eleva como telón de fondo y como fuente de recursos (porque tampoco puede el hombre vivir de espaldas al resto de los seres vivos). El río Escondido presidirá cada uno de los pasos del protagonista en tanto que éste se empeñe en remontar su cauce, y en él estará a punto tanto de perder la vida como de esquivar la muerte. Llega el autor a imitar la fuerza de su corriente en la transparencia de su lenguaje y el torrente de mensajes incluidos en el discurso. El libro ─sin puntos y aparte─ gana en intensidad al mezclar los recuerdos con el presente, las voces narrativas de los personajes, y al eliminar los signos de puntuación superfluos. La historia se entreteje como se suceden en la cabeza las ideas y los recuerdos, sin espacios y sin pausas. El recuerdo como energía vital; la necesidad de cuidar del pasado. Ésas son las apuestas de Altesor para su texto.