Diario de los últimos días del archipiélago, de Sergio Altesor Licandro.

El País Cultural, 20 de setiembre de 1995

Rosario Peyrou


UN BREVE poema, incluido en la tercera sección del libro, “El regreso de Ulises pudo ser la victoria/de la justicia/y el amor/porque en Itaca no existía el olvido”, pudo ser el acápite de este cuarto poemario de Sergio Altesor. El libro, que tiene una fuerte unidad, es una suerte de viaje por los caminos de la memoria y el olvido, un regreso a destiempo por amores, casas, calles y habitaciones que son islas de un archipiélago personal.

Poeta de sensibilidad afinada, Altesor trabaja un lenguaje sobrio, preciso a veces como un bisturí. La suya es una poesía reflexiva, pero esa cualidad no surge de un modo de “pensar” la realidad en términos convencionales sino de una operación delicada que consiste en ir “hacia el lenguaje que tienen los objetos” (“Siestas”) y de dejar hablar al silencio porque “sin el vacío no hay paso y sin silencio/no hay significado”.

Poemas surgidos del encantamiento de la música (Vivaldi, Beethoven, Miles Davis, Egberto Gismonti, Erik Satie, Andreas Vollenweider) hacen surgir imágenes y sensaciones que juegan ambiguamente con la memoria y la conciencia del tiempo (“La música se refiere a un después/que ya pasó”) y se integran con naturalidad al recorrido que el poeta propone a través de objetos y rostros que el tiempo ha vuelto fantasmales. Pero el tiempo no es solo el de la existencia personal, es también el tiempo de la historia con sus trampas, la conciencia de ser un sobreviviente que late en muchos de los textos de Altesor, aunque nunca de una manera explícita como sucede en algunos poetas de generaciones anteriores a la suya.

Altesor suele ser particularmente certero en poemas brevísimos, como haikai, que quedan resonando en la memoria del lector. Pero también es capaz de experimentar con la poesía narrativa, en un poema como “El cansancio” que (junto a “Las palabras se avergüenzan” y “Siestas”) está entre los mejores del volumen. Su fuerte es la capacidad de plasmar sensaciones que se trasmiten al lector con un raro poder de convicción: “fotografías amarillas, la película muda: solo el sonido caliente/del proyector se escucha/en el cuarto vacío del sueño”.

Sergio Altesor nació en Montevideo en 1951 y se ha dedicado a la poesía y a la pintura. Desde 1976 vive en Suecia donde se exilió después de pasar cinco años como preso político en cárceles uruguayas. Hasta ahora ha publicado Río testigo (1973), Trenes en la noche (1982) y Archipiélago (1984), además de este libro.