Tuércele la cola a la serpiente
Reseña publicada en Boletín de la Academia Nacional de Letras, Montevideo, Tercera Época, Número 9, enero – junio 2001; pp. 193-195.
Por Gerardo Ciancio
POR EL FILO de los treinta poemas en prosa de su último libro de lírica*, Sergio Altesor envía su(s) serpiente(s) a que repte(n) "en silencio a lo largo de las calles" y del complejo entramado sintagmático que configura la textura del volumen diseñado por el autor desde la portada (en la que una serpiente roja y esquemática repta en arrastre ascendente por un fondo negro).
La serpiente es animal y es índice de metaforicidad; un modo sintáctico de producción del discurso lírico e imagen in absentia que se percibe cuando "suenan las serpientes reptando lentamente por las cañerías".
Desde el comienzo, desde el fiat lux altesoriano, irrumpe la serpiente ─así como todo el campo de sentidos que la incluye─ como un gesto fundante, instaurador del lugar de la poesía, del espacio de la urbe y de los hombres y mujeres que la padecen:
"Una serpiente larga a lo largo de una ciudad sucia a la orilla de un río sucio [...] La serpiente reptaba en silencio a lo largo de las calles."
El sujeto enunciante se instituye como un flâneur, lejano y ajeno al "equis andacalles" falquiano, pero inserto, al mismo tiempo, en la tradición del "paseante solitario", si bien de signo contrario al romántico. Los indecorosos paisajes ciudadanos, repletos de rasgos insalubres, alienantes, antiecológicos, de gestos kitsch propios de la dimensión doméstica, bien uruguaya, bien de cualquier colectivo humano colonizado por la globalización, desfilan por la prosa poética de Serpiente. Como en un tarro de desperdicios no clasificados, se amontonan "mil bolsas de polietileno de variados colores", "arroyos ciudadanos que arrastran las ofrendas populares", "cuentas de vidrio que fascinaron a los indios", un león y un caballo circenses "flacos y feos como animales de peluche sin relleno" (y dignos de las "Escenas de circo" del poeta Federico Rivero), "el acento portorriqueño de las películas dobladas en la televisión de los vecinos". Sin embargo, todo se ordena y cobra múltiples significados en el vientre espiralado de la serpiente, "en la avenida estrecha y sintagmática del tiempo" (una de las dimensiones del animal).
Ese recorredor, paseante, hijo del reptil, sujeto de voz reptante, posee la plena conciencia del que mira y es mirado (porque "la corriente tiene ojos que nos miran pasar" y "nos lleva [...] sin una explicación, sin elección"), de que anda entre las palabras (las silenciadas y las dichas, incluyendo esas "frases hipotéticas de felicidad que no conoceremos") y las fabrica, o por lo menos, las selecciona y reformula en su propia "Sintaxis":
"...el sujeto muestra su plena realidad, que es la ausencia de todo sujeto, y queda un predicado infinito y silencioso sujeto a toda búsqueda"
La praxis sintactizadora equivale a una praxis vital. En la poesía y en la narrativa altesoriana, lenguaje y vida se resuelven, más que nunca, en un mismo algoritmo, a pesar de que el autor ensaye mohines de distanciamiento, gestos que apuntan a retorcerle la cola a la serpiente. En su obra se suman párrafos, palabras, complementos, sintagmas, como se suman años, seres, vivencias. La cadena se arma en volutas, desemboca en una estructuración fractual, cuya argamasa se alimenta, en última instancia, de "la redondez abismal del vacío", del silencio y de lo efímero del poder de las palabras y de los amuletos, de "un mundo donde todos eran refugiados".
Como el personaje de la serpenteante novela Río Escondido**, el locutor lírico de Serpiente parece haberse alimentado de un periodo de latencia previo a la escrituración del discurso:
"Durante mucho tiempo evitó hacer otra cosa que ver y anotar, como en una especie de celibato creativo, obligándose a no tener interpretaciones propias de nada y absteniéndose severamente de cualquier manipulación. Era un constante ejercicio, una disciplina anónima en la que no existía el autor, el yo, sino el duro trabajo de un humilde intermediario entre el mundo circundante y la hoja de papel. Con ese trabajo buscaba anular toda concepción de ese mundo que no emanara directamente de él. Después de muchos meses en esa práctica arribó a un vacío muy grande, compuesto de una forma de ver despojada de toda intelectualización, pero también de una neutralidad sin emociones."
Somos la serpiente, somos "la parábola de Heráclito el oscuro", nuestra sustancia es el tiempo (y el lenguaje) detenido o no, proyectado en el animal "lineal" que "en su expansión lineal inyecta su veneno", tiempo espiralado, enroscado entre sujeto, predicado e "infinitos complementos circunstanciales de lugar". Esta relación íntima sujeto-tiempo puede, muchas veces, entrar en crisis:
"Críptico y crítico, el tiempo se ha enfermado del sujeto, cerrado en torno a un punto tan lleno de sentido que es igual a la nada".
* Serpiente de Sergio Altesor (Vintén Editor, Montevideo, 1999) obtuvo el Primer Premio (compartido) de los Premios Anuales Literarios del Ministerio de Educación y Cultura, en la categoría "Obras éditas en verso y poemas en prosa", edición 1999.
** Río Escondido, Sergio Altesor, Montevideo, Editorial Fin de Siglo, Colección ñ, 2000.